Ese día sentía que todos me observaban. Que me juzgaban. Hasta mis amigos. Me despedí de ellos como de costumbre. Sin dar nisiquiera un indicio de lo que más tarde haría
Me arregle, no quería que todo sucediera viéndome grotesca, horrible. Me lo imaginé viendo mi cadáver desfigurado. Así que no podía ser tan simple como un balazo en la cien. Y si me ahorcaba? Bueno. Mi cuerpo de deformaría igual. Entonces debía recurrir a las pastillas. Muchas pastillas. Cientos de ellas . Hasta que mi cuerpo no aguantara más.
Era simple.
Me demoré mucho en recordar a cada una de las personas que me habían querido en la vida, aquellos que se habían esforzado por mí, para que yo saliera adelante. No lo lograron.
Entré en donde mis padres guardaban los medicamentos. Saqué muchos. No recuerdo cuántos con exactitud. Y me fui al baño. No sin antes ir a la cocina a buscar alcohol. Necesitaba alcohol.
Pensé en mis amigos, en mi familia. En ÉL. Sobretodo en él. No podría decir que tenía la culpa. Solo que… No se había responsabilizado lo suficiente. Me había dejado con una rutina totalmente rota, sabiendo que yo era dependiente de él. Me había asesinado en vida. Y ahora yo terminaría su trabajo.
Tomé un lápiz, y desde el fondo de mi corazón salió una carta a cada una de esas personas que hicieron posible mi llegada hasta ese punto de extensión.
Tenía miedo. Ordené mis cosas. Pedí perdón. Recé.
Seguía con miedo. ¿A dónde se dirigiría mi alma?.
Mis padres… aaaah! Mis padres. Lo habían hecho todo por mí. Deseaba con fuerza ser más normal solo para darles una satisfacción. Pero no podía cambiar lo que yo ya era: Una enferma, dependiente.
Te extraño, grité. Y el martirio empezó. Mi vida nunca fue la misma sin ti. Otro grito agónico. Otras 5 pastillas. ¿Por qué nunca le diste una oportunidad a lo nuestro?. Más y Más. Corrí. Vi una foto de mis padres. Sería la última vez que vería sus imágenes.
mamá… dicen que Dios perdona a los niños cierto?
Sí. Pero tu ya no eres tan niña.