Ayer me desperté muy temprano, sentí que algo pasaba, un frio intenso y sofocante detuvo mi corazón, luego un escalofrio lo volvió a poner en ritmo, no pude dormir más y me levanté, era sábado. Ignacio dormía, al parecer, plácidamente, y extendido a lo ancho de toda la cama, como siempre yo había sido exiliada al borde de ésta. Todas las mañanas dudaba sobre su fidelidad, temblaba al sentir que si él se iba me quedaría sola. Lo odiaba y no sabía por qué compartía lecho con alguien tan vil, con alguien que no era dueño de mi ser, alguien que no tenía mi corazón, alguien que no amaba. En el fondo Ignacio era un buen hombre, pero no era el hombre para mí, pero que, paradójicamente era mío. Miré el anillo que estaba anudado a mi dedo, fijo, implacable, como un grillete que sentencia el fin de tu libertad:
-Señora Elizabeth de Correa- solo pensarlo me producía rabia, y también un escalofrio.
Fui al baño, me observé el lunar del cuello, recorde cuando, tendidos en el pasto, Pablo me besaba, mientras me juraba que no me dejaría nunca, éramos unos niños, unos adolescentes, cometimos tantos errores.
Mientras me miraba noté aquellas imperceptibles, pero ruidosas marcas que agolpaban mis brazos, recordé cuando éramos amigos, obviamente con Pablo (porque con Ignacio nunca fuimos amigos), y me revisó los brazos y luego de regañarme por lo que vio, besó una a una mis llagas llevandome al éxtasis supremo. Lo amaba, siempre fue mi amor, ¿Cómo pude hacerle eso?, maldito sea mi cuerpo, maldito sea mi corazón, malditas sean mis engañadoras caricias.
Me puedo arrepentir de muchas cosas, pero , nunca, nunca, de haberme entregado por completo al dueño absoluto de mi ser.
Recuerdo cuando me besaba por el cuello, tendidos en su cama, recuerdo que ambos sabiamos cómo terminaría todo.
De repente sonó el teléfono, maldije porque no quería que Ignacio se despertara ya que quería tiempo para mí, y con él hablándome no podía concentrarme en mí.
Corrí a contestarlo, y ví a Ignacio, creí que se había despertado, pero no fue así, seguía tirado ahí, gastando mi aire.
Cuando levanté el auricular escuche una voz que hace mucho no había escuchado:
-Aló- dijo la voz.
-Aló-respondí incredula.
-Elizabeth, ¿eres tú?- dijo la voz.
-S...Sí-
-Que bueno, soy Francisca, ¿Me recuerdas?-
-Sí, obviamente te recuerdo- era la estúpida esposa de Pablo.
-Pablo tuvo un accidente, hoy en la mañana, está internado en la UTI-
Mi corazón se detuvo por completo, suspiré acongojada, sentí como la sangre se agolpaba en mi garganta, me raspé la garganta para comprobar que seguía viva
-¿Qué dijeron los médicos?-
-Dijeron que no parecía haber sido un accidente-
Mierda, él dijo que lo haría, él me lo dijo, no puedo creer que lo haya echo.
Maldita sea, no debería haberle dicho que ya no le amaba, ¿Por qué soy tan mentirosa?, yo quería hacer lo mejor para todos, siempre la cago, mierda!.
-¿Dónde está internado?- inquirí.
Cuando escuché el nombre de la clínica, recordé cuando me internaban ahí. Cuando mis muñecas estaban reventadas y mi estómago lleno de analgésicos y anticoagulantes, además de mucho alcohol. Él nunca me abandono. Debía ir.
-Iré para allá-
En ese minuto colgué, sin nisiquiera despedirme, luego, en la ducha, recordé la extraña forma en la cual me había despertado, rememoré el escalofrio, el frio intenso. Cuando apagué el grifo, corrí a mi habitación, me vestí rápidamente, tomé mi cartera y con un lápiz cualquiera escrbí en una cuenta que estaba a un lado del refrigerador : "Salí, hay carne descongelándose."
Saqué el auto, y el camino se me hizo eterno, sin tener en cuenta que rebasaba por cuarenta kilómetros el máximo permitido.
Hacía un frio penetrante esa mañana. Vi la hora, eran las diez de la mañana.
Cuando llegue a la clínica, entré por la Urgencia, ya que sabía que ahí había hombres que estacionaban el auto, salí corriendo y dejé mi auto con las llaves puestas.
En menos de cinco minutos estaba en la UTI. Me costó mucho que me dejaran verlo, pero luego de hacerle ojitos al encargado entré.
Era el pabellón cuatro. Ingresé, con un horrible delantal, que según escuché era para evitar infecciones.
Cuando me metí al pabellón, lo vi, lleno de tubos, Francisca no estaba ahí.
Me largué al llanto, hace dos semanas que no le veía, y ya había olvidado que mi corazón se descompasaba cuando le tenía cerca. Cuando le olía. Vi su ropa, y revisé sus bolsillos, en ellos encontré lo que buscaba, yo le conocía, sabia que estaría ahí. Un sobre con mi nombre escrito en él.
Me acerqué a su camilla, y le hablé:
-Aquí estoy amor-
-Sabía que llegarías- murmuro, sonó como un gemido inentendible, que solamente yo entendería.
-¿Qué hiciste?-
-Cumplir con mi promesa- gimió
Recordé cuando me dijo que si no estabamos juntos, él no estaría, y yo me lo tomé como una simple promesa al aire, y no le respondí.
-Duerme mi vida, pero aguanta, y te prometo que estaremos juntos- Juré, llorando.
-No llores, por favor-
-No importa-dije
-Está bien-susurro, y luego se quedó dormido.
Me senté en una silla por ahí, cuando entraron a sacarme, le volví a hacer ojitos al encargado y me dejó quedarme.
Saqué la carta, y la leí, mientras leía lloraba, tenía ganas de abrazarlo, quería huir con él.
La carta decía que su corazón era mío, que inteno ser feliz, peor no pudo, que me amaba, y que "a tiempos desesperados, medidas desesperadas".
Me acerqué de nuevo a su camilla, y lo besé, se despertó, lo sentí, y respondió a mi beso.
Le prometí que volvería en la tarde.
Fui a mi casa, me sentía mejor de lo que debería sentirme.
Metí la llave y giré. Ignacio estaba adentro cocinando, no le conté lo de pablo, y me fui a tomar un analgésico.
A la tarde volví a la clínica, pero Pablo ya no estaba en la UTI, si no que se había estabilizado, me sentí tan calmada.
Así que fui a su pieza. Estaba solo, mucho mejor, prácticamente sin tubos. Nos saludamos con un beso.
Hablamos un par de minutos, y me dijo que si aun contaba lo que le había dicho, y yo le pregunté : -¿qué de todo?-
- Eso de que nos escaparemos juntos- Me dijo
Yo le respondí que sí, pero que ahora debía dormir, nos despedimos con un beso muy largo.
Volví a mi casa, Ignacio me preguntó qué había estado haciendo.
Yo le dije que nada. Y todo quedó así.
Me fui a dormir, a las cuatro de la mañana, me desperté con mucho frio, sentí que mi corazón se detuvo, corrí a tomar un lápiz, y escribí, "entierrenme junto a mi amor, Pablo...", yo sabía que moriría, yo lo sabía, tomé mi auto, y maneje rápidamente hasta la clínica.
Entré esquivando a los guardias y secretarias. Me metí en su pieza y me recosté junto a él. Pablo sabía que moriría, y yo con él.
Sentimos que la vida se nos escapaba, pero no el amor, no ese amor que sentimos cuando mutuamente nos entregamos a nuestros sentimientos.
Nos abrazamos muy fuerte, y nuestros corazones se sincronizaron para dejar de latir en el mismo segundo, nos amamos, nos besamos, y nuestra vida se apagó.