miércoles, 14 de abril de 2010

Cuento de literatura

Sentí como Elizabeth se paraba de la cama, despertó sobresaltada, pero el sueño me invadió así que no le di importancia. Se miró el anillo, y se fue al baño. Sé que ella no quiere estar conmigo, pero qué más me da. Estoy felizmente casado con una mujer hermosa, que no pelea conmigo, y que en verdad no me ama. Yo la amo más de lo que ella imagina, mucho más.
Pablo sigue marcado en su memoria, es sábado y creo que no pasaremos juntos ni un momento. Elizabeth ¿por qué no me das la oportunidad?, ¿por qué no te metes en la cama conmigo y vemos televisión o conversamos?.
Suena el teléfono, Elizabeth parece triste, mira hacia acá y cree que estoy durmiendo, es mejor así.
Cuelga el teléfono sobresaltada, y corre hacia la ducha, le pregunto qué le paso, pero no me escucha, nunca me escucha, seguramente Pablo esté rondando su mente.
Me volví a acostar, ella sale de la ducha, y corre a vestirse, toma su cartera, y se va. Siquiera escuchó mis gritos. Me paré y fui a la cocina, en donde estaba, en una cuenta ya saldada : "hay carne desongelándose".
Llame a Francisca, y le pregunté si querría juntarse conmigo esa tarde, y me contó que Pablo había tenido un accidente, pero que prácticamente no le importaba, pero que podíamos juntarnos en su casa, revolcarnos, y que ella debería ir a la clínica. Acepté.
Me subí a mi auto y me fui a casa de Francisca y Pablo, como siempre Francisca me esperaba con una sonrisa, y con un excelente desayuno, aun no entiendo porque elegí a Elizabeth.
Luego de tomar desayuno, fuimos, besándonos a su pieza, no entendía cómo no le importaba Pablo, si Elizabeth estubiera internada, yo estaría a su lado. Después de besarnos acaloradamente, le quite la ropa, ella hizo lo mismo, y proseguimos hasta consumar el acto por el cual estabamos ahí.
Francisca y Elizabeth nunca se llevaron muy bien, es más creo que Francisca envidiaba a Elizabeth, y mucho.
Elizabeth siempre fue como aquella alondra que vuela más alto que las demás, pero que tenía el corazón de un petirrojo que simplemente es desinteresado por todo el resto hasta que se fija en aquella persona especial, por la que se somete voluntariamente, y cuando se juntan sus ojos brillan.
En cambio Francisca era solo una más, una mujer cansada, que simplemente ya no quería volar, y que vendía su plumaje a cualquier caricia, cualquier homenaje vulgar. Francisca nunca se quiso, pero nunca se hizo daño, no como Elizabeth que se quería más de lo que tenía cantemplado, pero siempre estaba cortándose, y automutilándose, me sorprendía que todos le prestaran atención, pero bueno Elizabeth era ese tipo de mujer que cuando iba caminando, cuatro de cinco hombres volteaban a mirar. Y los que no miraban, seguro eran homosexuales.
Francisca era, esa típica mujer que nunca atienden en una tienda, que nunca voltean a mirar, que nunca fue elegida presidenta de curso, mucho menos líder en algo.
Cuando acabamos, la abrase, era su paga, me dio un beso, y me levanté, y fui a la ducha, luego a mi casa.
Llegué y Elizabeth aun no llegaba, debía estar con Pablo, así que tome la carne y me puse a cocinar.
Estaba en eso cuando llegó ella, cada vez que la miraba, recordaba lo hermosa que era, y borraba ese horrible bosquejo mental que tenía de Elizabeth.
Le pregunté dónde había estado toda la mañana, no me contesto. Entro a la pieza y se tomo un analgesico, me sorprendió que no me contara lo de Pablo, pero espere.
Fui hacia la habitación y se había quedado dormida.
Vi su bolso apoyado en la silla, y lo registre, encontré una carta y la leí. Me puse celoso, pero lo comprendí, Elizabeth era feliz cuando estaba con Pablo, y Pablo era feliz cuando estaba con Elizabeth. Quería imposibilitar a Pablo, y a Elizabeth llevármela lejos de aquí.
Fui a almorzar, luego me tendí al lado de Elizabeth. Y sentí cuando ella se levantó, imagine a donde iba, y no me inmuté.
Cuando sentí que se alejaba, me levanté y salí, fui a la casa de Francisca, lamentaba tomar a una mujer así, pero necesita tener sexo con ella, tener sexo con alguien.
Cuando me abrió la puerta, me avalanzé sobre ella, y me la lleve a la cama, tenía mucha rabia dentro de mi, necesitaba descargarme.
Cuando terminé, no la abraze, si no que me fui, y la dejé ahí, me sentía como una basura. Pasé a la farmacia y compré una afilada hoja de metal, tenía que probar lo que un día me había dicho Elizabeth, que cortarse le provocaba placer, que se desahogaba odiándose.
Cuando llegué a "nuestra" casa. Me puse en la cocina a esperarla.
Cuando entró, le pregunté qué había estado haciendo, y respondió que nada. Luego se fue a acostar. Después de que lo hizo me fui al baño, me mire al espejo, y meldije muchas veces, después tome algunos analgésicos de Elizabeth y anticoagulantes, luego con mi propia polera me hize un nudo al brazo y comenzé a cortarme. Empezé a sangrar y en ese minuto entendí lo que Elizabeth decía, me producía placer ver como mi cuerpo manaba ese bendito líquido. Atontado me dirigí a la cama, y aún sangrante, me acoste al lado de Ella.
Senti como me desangraba, sentí como mi vida se iba, como se retiraban los palpitos de mi corazón. Pensé en Elizabeth, ella estaría mejor sin mí, y pensé en Francisca y en lo que le había hecho esa tarde.
Y en ese minuto mi vida se fue.